
Hay un antes y un después en la vida de Violante de Aragón, reina de Castilla entre 1252 y su muerte hacia 1300: el 25 de julio de 1275.
Ese día falleció su hijo Fernando, heredero al trono de Castilla como primogénito de la propia Violante y de su marido, el rey Alfonso X. Aparte de la tragedia de perder a un hijo, al que las familias medievales estaban acostumbradas (ya habían fallecido sus hijas Isabel y Leonor, esta última en el mismo año que su hermano Fernando), esta muerte suscitaría un problema importante: el de la sucesión al trono.
La defunción colocó a los reyes ante la disyuntiva de aplicar el derecho romano, que Alfonso X estaba intentando implantar y que hubiera favorecido al primogénito de Fernando, Alfonso, de cinco años, o el derecho de Castilla, que convertía en heredero al siguiente hijo varón de Alfonso X y Violante: el futuro Sancho IV.
La alternativa separó al matrimonio regio. Violante apoyó decididamente a su nieto, oponiéndose tanto a su marido como a su hijo Sancho. Esto generó un conflicto importante en la corte castellana, agravado por la huida de la reina a Aragón en 1278, con sus nietos y su nuera, Blanca de Francia. Desde este momento, conocemos escasamente la relación que mantuvo con Alfonso X, quien reconoció a su hijo como heredero tres años después de la muerte de Fernando.
La aventura aragonesa no salió bien para Violante, que tuvo que asumir los gastos cuantiosos de la empresa. En 1279 volvió a Castilla, muy endeudada y enfrentada tanto a Alfonso como a Sancho. Tras la muerte de Alfonso X en 1285, cuando Sancho se convirtió en rey, volvió a apoyar a su nieto pero no logró nada aparte de endeudarse todavía más. Insistió en 1295, tras la muerte de Sancho IV, y tampoco tuvo éxito.
Parece que vivió de los recursos proporcionados por Sancho, que mantuvo las apariencias, pero lo hizo siempre controlándola y limitando sus posibilidades de acción política. Violante quedó apartada de facto de la corte, y de ella se forjó una imagen de reina insumisa, manipuladora y taimada, que prevaleció hasta que el olvido la sepultó en un silencio aún más profundo.
Un papel menos relevante del deseado
Violante, Iolante o Yolanda fue una extranjera naturalizada en Castilla. Nació en Zaragoza, probablemente en 1236, hija de Jaime I el Conquistador, rey de Aragón, y de Violante de Hungría, hija del rey de este lejano país y hermanastra de santa Isabel de Hungría. Sin embargo, Violante vivió poco en el reino aragonés, ya que fue pronto prometida a Alfonso X. Por esa razón, en torno a los seis años de edad pasó a residir en Castilla.
Rodeada toda su vida de hombres poderosos, y de mujeres, como su madre, que también habían ejercido tareas políticas, tuvo en principio un relevante papel en el reino castellano e intervino en negociaciones de diverso tipo en nombre de su marido. Pero quizá la enfermedad del rey, que le causó una profunda inestabilidad mental, y, como hemos visto, el desacuerdo en la pareja real sobre la sucesión de la corona la obligaron a vivir con unos recursos limitados.
Por ello no pudo construir una imagen propia tan potente como la de otras reinas coetáneas o como la de su propio marido. De ella queda únicamente la representación de la pareja real encabezando un documento en el que se indica la concesión de un privilegio y que se recoge en el Tumbo de Toxos Outos. La imagen, genérica, no puede considerarse un retrato y se asemeja claramente a la de otras reinas del mismo documento.
Un convento alejado del esplendor de la corte
Sin embargo, sin resignarse al olvido y al silencio, intentó en sus últimos años mantener viva su memoria por una vía ya utilizada por otras mujeres poderosas: fundar una casa religiosa que la acogiera en vida y también tras su muerte.
Esta era una costumbre habitual en el momento que beneficiaba a ambas partes. Por un lado, la fundadora se aseguraba un lugar donde vivir decorosa y tranquilamente en el que se rezaba por la salvación de su alma y se custodiarían sus restos, manteniendo su recuerdo. Por otro lado, el nuevo convento no solo recibía donaciones y privilegios, sino que acumulaba el prestigio de ser relacionado con la institución monárquica, atrayendo así nuevos beneficios por parte de otros difuntos ilustres que querían descansar junto a los restos regios.
Fiel a su predilección por la nueva orden franciscana, a la que favoreció en numerosas ocasiones y lugares del reino, Violante fundó el convento de Santa Clara de Allariz (Ourense). Lo hizo lejos de los panteones ilustres de la familia, especialmente de la magnificente capilla real que Alfonso X creó en la catedral sevillana para acoger sus restos, así como los de sus padres Fernando III y Beatriz de Suabia.
Violante legaría al convento gallego toda su fortuna, ya muy mermada, y algunos objetos ricos de su cámara: unas cruces, varios relicarios, vestiduras lujosas y, quizá, la virgen abridera de marfil que todavía allí se custodia. Sin embargo, no está claro si finalmente pudo enterrarse en su iglesia, que no conserva sepulcro ni memoria alguna de la reina. Colaboraron así nuevamente las circunstancias a borrar su nombre de la historia.

Hay otros objetos que son testimonio de su posible intento de favorecer el mantenimiento de la memoria de su hijo Fernando y su vinculación a la corona. Entre estos se encuentra un pequeño relicario que se conserva en el monasterio de las Huelgas de Burgos, donde está enterrado el fallecido heredero, y que se ha vinculado recientemente a la reina Violante y a su linaje húngaro.
De este modo, una mujer que por posición, fortuna y carácter pudo haber tenido una presencia mayor en la sociedad de su época se vio relegada por tomar partido en un debate político tan importante como el de la sucesión dinástica y por actuar en consecuencia, en contra de la opinión de su marido. Violante defendió sus convicciones, pero las circunstancias históricas no le fueron favorables, quedando su imagen desvinculada de la poderosa presencia del rey Alfonso X.